COLUMNA
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Hoy me publican en "El Mundo Cantabria" esta columna. Trata sobre el final oficial de los veranos.
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Fin de verano
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Escribo estas palabras el 24 de septiembre. Oficialmente ya no es verano. Sin embargo ayer hizo un día espléndido. Fui a la playa y me bañé; había poca gente, un viento cálido y media docena de fly-surfers, que para el que no lo sepa le diré que es una especie de mezcla entre Windsurf, Snowboard y cometas de potencia. Iban de un extremo al otro de la playa a gran velocidad, como cabezales de impresora enloquecidos. Parecían querer escribir algo en las olas… Me bañé sin intentar esquivarles.
Tengo amigos que el 1 de septiembre, haga o no buen tiempo, dejan de acudir a la playa. Todos sus veranos son así; sistemáticamente cambian de chip y se despiden de la playa hasta el 21 de Junio del siguiente año. Me he dado cuenta de que muchas personas viven, felices, distribuyendo en cajas separadas su tiempo: la caja de Navidad, la caja de Semana Santa, la gran caja del verano… Bien sea por exigencias laborales, familiares o lúdicas pero su vida termina por compartimentarse en una sucesión de cajas, que a mí se me asemeja más a una larga sucesión de pequeñas tumbas.
Quizá de esa manera se organicen más su vida y todo les resulte más fácil. En mi caso no. Prefiero la desorganización, vivir en la medida de lo posible, sin reloj, sin calendarios ni flexómetros.
Y me doy cuenta, ahora mismo, que nunca, hasta ahora, he escrito de eso, de lo nocivo que resulta ordenar más de la cuenta nuestras horas y días. Porque entre otras cosas hay días que son horas, horas que son días y meses que son años.
Para mí puede ser verano en noviembre e invierno en julio. Como digo, nunca he escrito de eso, y, sin embargo desde siempre hubo un caótico obstinado diluido en mi sangre, que es lo que –creo– me ha dado la creatividad.
Basta con alterar los horarios, las costumbres, aunque sea por unas semanas, para que veamos la vida de otro modo. Todo eso enriquece. Ayuda a vivir. Uno saca de sí un yo ignorado. Siempre me han fascinado esos brincos fuera de la agenda.
Y ahora, de pronto, no sé por qué, me viene la tentación boba y sofocante de adentrarme más y más en el torbellino vertiginoso del verano que se ha ido, al igual que ayer, cuando, sumergido en el mar me puse a hacer la plancha extendiendo al máximo brazos y piernas, y me sentí tentado a dejarme llevar y adentrarme –bajo un agradable sentimiento de fusión con el universo- en el océano hasta desaparecer, mecido dulcemente por la marea.
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Escribo estas palabras el 24 de septiembre. Oficialmente ya no es verano. Sin embargo ayer hizo un día espléndido. Fui a la playa y me bañé; había poca gente, un viento cálido y media docena de fly-surfers, que para el que no lo sepa le diré que es una especie de mezcla entre Windsurf, Snowboard y cometas de potencia. Iban de un extremo al otro de la playa a gran velocidad, como cabezales de impresora enloquecidos. Parecían querer escribir algo en las olas… Me bañé sin intentar esquivarles.
Tengo amigos que el 1 de septiembre, haga o no buen tiempo, dejan de acudir a la playa. Todos sus veranos son así; sistemáticamente cambian de chip y se despiden de la playa hasta el 21 de Junio del siguiente año. Me he dado cuenta de que muchas personas viven, felices, distribuyendo en cajas separadas su tiempo: la caja de Navidad, la caja de Semana Santa, la gran caja del verano… Bien sea por exigencias laborales, familiares o lúdicas pero su vida termina por compartimentarse en una sucesión de cajas, que a mí se me asemeja más a una larga sucesión de pequeñas tumbas.
Quizá de esa manera se organicen más su vida y todo les resulte más fácil. En mi caso no. Prefiero la desorganización, vivir en la medida de lo posible, sin reloj, sin calendarios ni flexómetros.
Y me doy cuenta, ahora mismo, que nunca, hasta ahora, he escrito de eso, de lo nocivo que resulta ordenar más de la cuenta nuestras horas y días. Porque entre otras cosas hay días que son horas, horas que son días y meses que son años.
Para mí puede ser verano en noviembre e invierno en julio. Como digo, nunca he escrito de eso, y, sin embargo desde siempre hubo un caótico obstinado diluido en mi sangre, que es lo que –creo– me ha dado la creatividad.
Basta con alterar los horarios, las costumbres, aunque sea por unas semanas, para que veamos la vida de otro modo. Todo eso enriquece. Ayuda a vivir. Uno saca de sí un yo ignorado. Siempre me han fascinado esos brincos fuera de la agenda.
Y ahora, de pronto, no sé por qué, me viene la tentación boba y sofocante de adentrarme más y más en el torbellino vertiginoso del verano que se ha ido, al igual que ayer, cuando, sumergido en el mar me puse a hacer la plancha extendiendo al máximo brazos y piernas, y me sentí tentado a dejarme llevar y adentrarme –bajo un agradable sentimiento de fusión con el universo- en el océano hasta desaparecer, mecido dulcemente por la marea.