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Hoy sale esta columna, sobre mi barriga.
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Mi barriga
El otro día un colega mío, profesor también, me preguntó con cierto rubor: “Oye, tú cuando das clase… ¿cómo llevas lo de meter barriga?” Y es que al hombre que empieza a crecerle la barriga le da mucho reparo eso de mostrársela a los demás. Mi barriga vino hace unos meses sin yo pedírselo. Y no se va, la muy cabrona. En el hombre la barriga remite a una simbología anhelante, a ese embarazo psicológico que tanto ansiamos, a esa curiosidad biológico-mística de poder engendrar un nuevo ser. Por eso la barriga masculina es irónica y socarrona, porque remite a una imposibilidad trágica. De modo que uno va embarazándose de muchas cosas; problemas, hipotecas, estrés, pleitos, amores… de todo menos de un nuevo ser humano. Son los crueles y únicos embarazos a los que tiene acceso el hombre, son esos embarazos que la naturaleza nos otorga como ridículos premios de consolación. Una vez vi a un hombre sentado en el banco de un parque mirándose la barriga, abrazándosela como si portara allí su descendencia. Incluso me pareció verle decirse cosas a su barriga. Le comprendo. Contemplo mi barriga y es que la barriga empieza ya a verse con más claridad que la propia vida, empieza a sentirse con más pábulo que la muerte. Uno observa con impotencia su crecimiento lento y desalmado. Por ese crecimiento repentino de la barriga comprendo que ha transcurrido el tiempo; es un reloj visceral. La barriga también marca una frontera corporal, la ambigüedad de mis límites, los lindes de lo que soy. Está bien que todos los bártulos de nuestra biografía se vayan depositando poco a poco, no en el cerebro como creía Freud, ni en el corazón como pensaban los románticos, sino en la barriga. La barriga, sí, como una forma paradógica de desaparición ya que nos va robando cada vez más protagonismo. La barriga, como un falo que ante los demás escondemos pero que en soledad dejamos suelta y liberada. La barriga, como airbag metafísico que nos protege de no sé qué fantasmas, de no sé ya que golpes. Inconscientemente uno le coge cariño a su barriga, sea firme o flanera, recien nacida o homersimpsoniana. Hay un momento en que la barriga empieza a convertirse ya en nosotros. ¿Mi barriga me está engordando a mí o soy yo el que engorda a mi barriga?
Finalizo esta columna acariciándome con la otra mano la barriga y sintiendo que iniciar una dieta de adelgazamiento preveraniega tal vez tenga algo de crimen
Finalizo esta columna acariciándome con la otra mano la barriga y sintiendo que iniciar una dieta de adelgazamiento preveraniega tal vez tenga algo de crimen
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