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Hace unos días salió esta columna. Que la fuerza os acompañe.
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Star Wars
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Nunca fui un fanático de la trilogía de “La guerra de las galaxias” pero he de reconocer que caló en mí profundamente. Aunque también es cierto que esas películas, con el tiempo, se me fueron cayendo de las manos.
De todos modos depositó en todos nosotros una especie de sencilla y simpática mitología, refrito de muchas otras y que George Lucas supo dar forma, características y nómina. Y creo que su poder de fascinación se adentró con más efectividad en los que la vimos siendo niños o adolescentes.
El caso es que el otro día fui con un amigo a una exposición sobre el universo Star Wars que organiza El Corte Inglés de Santander. Había algo de melancólico en ella; ver todas esas naves, disfraces, miniaturas micromachines, figuras Kenner/Hasbro, elementos de merchandising comercial, réplicas de armaduras y cascos restaurados así como otros muchos elementos de atrezzo y vestuario de la trilogía me emocionó además de desconcertarme.
Me explico. Todas esas piezas -antes material con el que jugábamos de críos- colocadas en vitrinas y acompañadas de sus correspondientes placas informativas adquieren así un desconcertante toque museístico –de hecho, en cualquier museo de arte o historia huele parecido- transformándolas en algo diferente, como si todas esas piezas hicieran referencia a un pasado ya remoto y cuya magia ya nos fuera inaccesible. Los museos deberían permitirnos tocar y jugar con las obras exhibidas.
Y es que esta exposición nos recuerda que Star Wars es una realidad cultural. Y toda realidad cultural genera una inevitable y nostálgica historicidad. El casco de Dark Vader y el urinario de Duchamp, nos guste o no, están sometidos a las mismas normas del mercado artístico. Y eso, un producto cultural, es lo que encontrará en esta exposición el visitante.
Dejando a un lado la patética decadencia de la saga, su cuestionada calidad fílmica y las infumables precuelas -más próximas a la mala infografía que al buen cine- debemos reconocer en ella un gran poder de atracción, y nadie cuya edad ronde los 30 puede sentirla como algo ajeno.
Mi amigo compró varias figuras en miniatura de los personajes de las películas. De cada personaje adquirió dos ejemplares; uno para sacarlo de su caja de plástico y otro para conservarlo cerrado ya que, según él, su precio aumentará en un futuro.
Yo compré un muñequito de Dark Vader que conservaré sin sacar de su caja. Por si acaso.
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Nunca fui un fanático de la trilogía de “La guerra de las galaxias” pero he de reconocer que caló en mí profundamente. Aunque también es cierto que esas películas, con el tiempo, se me fueron cayendo de las manos.
De todos modos depositó en todos nosotros una especie de sencilla y simpática mitología, refrito de muchas otras y que George Lucas supo dar forma, características y nómina. Y creo que su poder de fascinación se adentró con más efectividad en los que la vimos siendo niños o adolescentes.
El caso es que el otro día fui con un amigo a una exposición sobre el universo Star Wars que organiza El Corte Inglés de Santander. Había algo de melancólico en ella; ver todas esas naves, disfraces, miniaturas micromachines, figuras Kenner/Hasbro, elementos de merchandising comercial, réplicas de armaduras y cascos restaurados así como otros muchos elementos de atrezzo y vestuario de la trilogía me emocionó además de desconcertarme.
Me explico. Todas esas piezas -antes material con el que jugábamos de críos- colocadas en vitrinas y acompañadas de sus correspondientes placas informativas adquieren así un desconcertante toque museístico –de hecho, en cualquier museo de arte o historia huele parecido- transformándolas en algo diferente, como si todas esas piezas hicieran referencia a un pasado ya remoto y cuya magia ya nos fuera inaccesible. Los museos deberían permitirnos tocar y jugar con las obras exhibidas.
Y es que esta exposición nos recuerda que Star Wars es una realidad cultural. Y toda realidad cultural genera una inevitable y nostálgica historicidad. El casco de Dark Vader y el urinario de Duchamp, nos guste o no, están sometidos a las mismas normas del mercado artístico. Y eso, un producto cultural, es lo que encontrará en esta exposición el visitante.
Dejando a un lado la patética decadencia de la saga, su cuestionada calidad fílmica y las infumables precuelas -más próximas a la mala infografía que al buen cine- debemos reconocer en ella un gran poder de atracción, y nadie cuya edad ronde los 30 puede sentirla como algo ajeno.
Mi amigo compró varias figuras en miniatura de los personajes de las películas. De cada personaje adquirió dos ejemplares; uno para sacarlo de su caja de plástico y otro para conservarlo cerrado ya que, según él, su precio aumentará en un futuro.
Yo compré un muñequito de Dark Vader que conservaré sin sacar de su caja. Por si acaso.
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