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Hace ya casi dos meses que publiqué las reseñas de unos libros en la revista santanderina QVORVM dirigida por esa nadadora cultural incansable llamada Ana Belén Rodriguez de la Robla cuyos poemarios, artículos y blogs recomiendo. Fue en su número 5, el último editado hasta ahora. No pude asistir a la presentación por cuestiones de trabajo y tampoco pude hacerme de un ejemplar hasta ayer. El resultado la verdad que es muy variado e interesante. Sigo pensando que proyectos como estos son más que necesarios para crear opinión, aglutinar a todos aquellos a los que les interesa la cultura e ir creando espacios en los que poner en común proyectos diversos y novedosos. Aprovecho el post para subir una de estas reseñas: la dedicada al reciente y maravilloso poemario de Pureza Canelo, Dulce nadie.
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Pureza CANELO: Dulce nadie. Hiperión, Madrid, 2008
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Dulce nadie nos ofrece una visión de la vida ya consolidada. Es un poemario repleto de conclusiones, dudas y amplias zonas de vacío y ausencia. En ese territorio su autora se detiene a reflexionar sobre sus experiencias vitales en la búsqueda desesperada de una verdad. Y es así como sintetiza una visión desoladora de la vida y de la muerte. Su autora afirma en la solapa del libro: «Dulce nadie es un poemario de soledad rotunda, donde cruzan los tres vértices del triángulo de mi existencia: el desamor por tantas cosas, la ausencia materna y el egoísmo humano que nos invade. (…) El verso se decanta, la palabra se adelgaza con rictus de despedida e invita insistentemente a desaparecer, sin opción de volver atrás, de ese lugar llamado mundo». Hay un claro ejercicio de destilación en el que los versos se desnudan más que en libros anteriores, y eso hace, en su caso, que su mensaje se esencialice. Todo ello a través de versos cortos, ágiles y contundentes, de lectura cómoda y fluida.
Si analizamos cronológicamente la obra poética de Pureza Canelo advertiremos en su poesía un proceso -intencionado o no- de depuración y refinamiento que alcanza su mayor intensidad -y también su desesperación más desgarrada- en Dulce nadie.
También aquí plantea la negación dialéctica de la escritura a través de su propia afirmación: la célebre paradoja de cantar el hecho de que no sirve para nada cantar. En su anterior libro publicado, No escribir, éste fue un tema central. En Dulce nadie aparece otra vez esta reflexión sobre la escritura misma del poema; su utilidad y su sentido en el mundo. Pero en esta ocasión se advierten momentos en los que la autora parece encontrar en la poesía una alternativa a la soledad y al desamor, aunque también hay momentos en los que se percibe todo lo contrario; la inutilidad absoluta del verso: “Inventamos / el viaje // No fue verdad / pintar” De ese modo tan exasperado Pureza Canelo se abraza a la poesía para desaparecer con ella: “conmigo / aprendió el compás / de esfumarse / de no ser” Una negación presente en poemarios anteriores pero esta vez cantada desde una voz despojada de adornos y decorados.
Es inevitable preguntarse si este libro es una despedida definitiva o si se trata de nuevo de un recurso poético que agudiza el efecto devastador de su vacío existencial. De todos modos se aprecia una culminación aún abierta; una exaltación sin desenlace pero que suena ciertamente -como sucede en su anterior libro No escribir- a despedida. Haya o no abandono definitivo de la escritura, tras la lectura de Dulce nadie uno presencia un colapso, un estado crítico de angustia y pesimismo, una especie de catarsis que conmociona y estremece.
“El remo vuela”, sentencia en uno de sus versos. Sí. El remo vuela y no empuja ninguna embarcación, como cuando el lápiz escribe palabras en el aire, inútilmente, o como cuando se escribe en el aire con la vida y el viento va y la borra. Escribir es olvido. Sí; el remo vuela…
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Dulce nadie nos ofrece una visión de la vida ya consolidada. Es un poemario repleto de conclusiones, dudas y amplias zonas de vacío y ausencia. En ese territorio su autora se detiene a reflexionar sobre sus experiencias vitales en la búsqueda desesperada de una verdad. Y es así como sintetiza una visión desoladora de la vida y de la muerte. Su autora afirma en la solapa del libro: «Dulce nadie es un poemario de soledad rotunda, donde cruzan los tres vértices del triángulo de mi existencia: el desamor por tantas cosas, la ausencia materna y el egoísmo humano que nos invade. (…) El verso se decanta, la palabra se adelgaza con rictus de despedida e invita insistentemente a desaparecer, sin opción de volver atrás, de ese lugar llamado mundo». Hay un claro ejercicio de destilación en el que los versos se desnudan más que en libros anteriores, y eso hace, en su caso, que su mensaje se esencialice. Todo ello a través de versos cortos, ágiles y contundentes, de lectura cómoda y fluida.
Si analizamos cronológicamente la obra poética de Pureza Canelo advertiremos en su poesía un proceso -intencionado o no- de depuración y refinamiento que alcanza su mayor intensidad -y también su desesperación más desgarrada- en Dulce nadie.
También aquí plantea la negación dialéctica de la escritura a través de su propia afirmación: la célebre paradoja de cantar el hecho de que no sirve para nada cantar. En su anterior libro publicado, No escribir, éste fue un tema central. En Dulce nadie aparece otra vez esta reflexión sobre la escritura misma del poema; su utilidad y su sentido en el mundo. Pero en esta ocasión se advierten momentos en los que la autora parece encontrar en la poesía una alternativa a la soledad y al desamor, aunque también hay momentos en los que se percibe todo lo contrario; la inutilidad absoluta del verso: “Inventamos / el viaje // No fue verdad / pintar” De ese modo tan exasperado Pureza Canelo se abraza a la poesía para desaparecer con ella: “conmigo / aprendió el compás / de esfumarse / de no ser” Una negación presente en poemarios anteriores pero esta vez cantada desde una voz despojada de adornos y decorados.
Es inevitable preguntarse si este libro es una despedida definitiva o si se trata de nuevo de un recurso poético que agudiza el efecto devastador de su vacío existencial. De todos modos se aprecia una culminación aún abierta; una exaltación sin desenlace pero que suena ciertamente -como sucede en su anterior libro No escribir- a despedida. Haya o no abandono definitivo de la escritura, tras la lectura de Dulce nadie uno presencia un colapso, un estado crítico de angustia y pesimismo, una especie de catarsis que conmociona y estremece.
“El remo vuela”, sentencia en uno de sus versos. Sí. El remo vuela y no empuja ninguna embarcación, como cuando el lápiz escribe palabras en el aire, inútilmente, o como cuando se escribe en el aire con la vida y el viento va y la borra. Escribir es olvido. Sí; el remo vuela…
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