martes, 30 de marzo de 2010

COLUMNA 75

COLUMNA
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Este lunes me publicaron esta columna en "El Mundo Cantabria" sobre el colectivo de músicos Musincon. También abarca la problemática de la música en directo.
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Musincon
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Una ciudad sin música en directo es una ciudad sin transgresión, una ciudad sin ciudad. Más allá de los proyectos efímeros de animación cultural urbana existe el presente, el tedioso día a día. Más allá de la fiebre uimpeana veraniega existe el frío y húmedo invierno santanderino; más allá de las grandes fundaciones existen las jams recogiducas, los conciertos esporádicos, las reuniones improvisadas de músicos y poetas.
Si. La música en directo va más allá de las fotos en los periódicos y las capitalidades culturales interplanetarias. Y siempre, la verdadera cultura, la verdadera bohemia, ha existido en zonas de opacidad, sin el apoyo institucional, sin su sacrosanto consentimiento.
Y en defensa de la música surgió en nuestra región, hace ya varios meses, Musincon –que proviene de Músicos Sin Conciertos–, un colectivo de artistas cántabros que denuncia los férreos reglamentos y los requisitos excesivos que impiden a los pequeños y medianos locales ofrecer música en directo. Algunos de sus objetivos son el de potenciar el aumento de espacios para la creación y las actividades músico-culturales. También se centran en concienciar de la importancia de la actividad artístico-musical y su relevancia social.
La cultura, sobre todo la musical, nace también en los bares y las calles, sin que tenga que aparecer la policía para amedrentar o poner multas; nace en esas ignoradas zonas de opacidad y es precisamente ahí, donde no se espera que aflore, justo en esos territorios cotidianos reservados supuestamente para otros fines más lúgubres y anodinos, donde estas actividades culturales reafirman más su necesidad e importancia.
Musincon pide por ejemplo que existan locales de ensayo, así como una mayor permisividad para la realización de actuaciones musicales de pequeña y mediana escala.
Creo que las leyes están para adaptarse a la realidad, dentro de unos límites razonables, y no al revés. De nosotros los ciudadanos, eligiendo a nuestros representantes, depende que construyamos una ciudad adaptada a unas normativas caducas, simples y restrictivas, o bien que logremos que éstas se flexibilicen y amolden a una sociedad cada vez más rebosante de grupos musicales con necesidad de mostrar su creatividad.
La cultura musical también nace en esas imprescindibles zonas de opacidad; en el bar y en la playa, en la fábrica y en la caverna, en la fiesta y en la orgía
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