COLUMNA
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Este pasado domingo me publican esta columna. Un abrazo a todos.
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Olas negras
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Sucedió a finales del año 2002. Estábamos desayunando. Yo me encontraba mojando en leche una galleta. Ella había puesto más leche a calentar. Desde que ella se había levantado aún no había abierto la boca, ni siquiera para darme los buenos días. Parecía aterrada.
De pronto, musitó con voz temerosa: "No sé si contarte algo". Al oírla decir eso me asusté pensando en lo peor, de modo que me quedé callado mirando cómo la galleta que había introducido en mi tazón de leche se iba disolviendo lentamente. "Todavía estoy alucinando…”, añadió. La miré fijamente, indicándole con la mirada que me dijera cuanto antes lo que tendría que decir.
"He tenido un sueño", dijo de repente. Y agregó: “Un sueño terrible“. Aquello me tranquilizó bastante. Le pedí que me lo contara y ella accedió.
He soñado que me encontraba ante el mar y que lo veía todo negro. Ante mí había unas olas inmensas, también negras, que zarandeaban violentamente a pequeñas embarcaciones que desaparecían destrozadas. Y esas olas negras caían sobre mí cubriéndome e impidiéndome respirar, manchando todos los rincones de la pequeña ciudad en la que me encontraba...
Se trataba de una simple pesadilla. No era más que eso, así que continué devorando mis galletas, mirando fijamente –tal vez en un afán por quitarme el mal sabor de boca que me había dejado aquella visión- el blanco acogedor de la leche de mi taza. Pero a ella todo aquello pareció afectarle muchísimo. Le intenté tranquilizar quitándole importancia al suceso pero ella creía ver en ese sueño algo personal y maléfico, algo así como un significado catastrófico.
Dos días después nos encontrábamos desayunando en la cocina. Durante ese tiempo no volvimos a hablar de aquella pesadilla tan angustiosa. Aquella tarde teníamos la televisión encendida. Apenas la prestábamos atención. No recuerdo sobre qué estábamos charlando pero de pronto ella exclamó: "¡Calla, calla!", acercándose a la televisión con los ojos abiertos como platos. En ese momento daban una noticia demoledora: un buque petrolero había sufrido un accidente en medio de un temporal mientras transitaba cargado con 77.000 toeladasd de petróleo frente a la Costa de la Muerte, quedando a la deriva con olas de 6 metros y vientos de fuerza 8. La noticia iba acompañada de unas impactantes imágenes de la marea negra provocada por el vertido.
Nos miramos uno al otro, paralizados. No dijimos nada.
Sucedió a finales del año 2002. Estábamos desayunando. Yo me encontraba mojando en leche una galleta. Ella había puesto más leche a calentar. Desde que ella se había levantado aún no había abierto la boca, ni siquiera para darme los buenos días. Parecía aterrada.
De pronto, musitó con voz temerosa: "No sé si contarte algo". Al oírla decir eso me asusté pensando en lo peor, de modo que me quedé callado mirando cómo la galleta que había introducido en mi tazón de leche se iba disolviendo lentamente. "Todavía estoy alucinando…”, añadió. La miré fijamente, indicándole con la mirada que me dijera cuanto antes lo que tendría que decir.
"He tenido un sueño", dijo de repente. Y agregó: “Un sueño terrible“. Aquello me tranquilizó bastante. Le pedí que me lo contara y ella accedió.
He soñado que me encontraba ante el mar y que lo veía todo negro. Ante mí había unas olas inmensas, también negras, que zarandeaban violentamente a pequeñas embarcaciones que desaparecían destrozadas. Y esas olas negras caían sobre mí cubriéndome e impidiéndome respirar, manchando todos los rincones de la pequeña ciudad en la que me encontraba...
Se trataba de una simple pesadilla. No era más que eso, así que continué devorando mis galletas, mirando fijamente –tal vez en un afán por quitarme el mal sabor de boca que me había dejado aquella visión- el blanco acogedor de la leche de mi taza. Pero a ella todo aquello pareció afectarle muchísimo. Le intenté tranquilizar quitándole importancia al suceso pero ella creía ver en ese sueño algo personal y maléfico, algo así como un significado catastrófico.
Dos días después nos encontrábamos desayunando en la cocina. Durante ese tiempo no volvimos a hablar de aquella pesadilla tan angustiosa. Aquella tarde teníamos la televisión encendida. Apenas la prestábamos atención. No recuerdo sobre qué estábamos charlando pero de pronto ella exclamó: "¡Calla, calla!", acercándose a la televisión con los ojos abiertos como platos. En ese momento daban una noticia demoledora: un buque petrolero había sufrido un accidente en medio de un temporal mientras transitaba cargado con 77.000 toeladasd de petróleo frente a la Costa de la Muerte, quedando a la deriva con olas de 6 metros y vientos de fuerza 8. La noticia iba acompañada de unas impactantes imágenes de la marea negra provocada por el vertido.
Nos miramos uno al otro, paralizados. No dijimos nada.
Vicente Gutiérrez
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