miércoles, 20 de agosto de 2008

COLUMNA 20

COLUMNA
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Hoy me publican esta columna, en la que relato una situación presenciada en Temple Street, verdadero corazón fiestero de Dublín.
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Dublin

La semana pasada visité Irlanda. Además de los ineludibles museos, castillos, galerías y cúmulos neolíticos hubo algo que me llamó mucho la atención. En la zona conocida como Temple Bar -célebre barrio dublinés repleto de músicos callejeros, tabernas laberínticas y cerveza- un tipo simpático, con un pintoresco sombrero y una bicicleta pintada de colores, había colocado dos objetos, a modo de portería colegial, en un extremo de la carretera. En el otro extremo, a 4 metros de distancia, se encontraban él y su bici. Un cartel decía: “Rebase la línea y gane 25 €”. El reto parecía muy fácil de superar de no ser porque el manillar de la bici estaba modificado de tal forma que al girarlo hacia la derecha la rueda delantera giraba hacia la izquierda, y viceversa.
El tipo hizo un recorrido de muestra; descendió lentamente, diciendo: “4 euros, 4 intentos” En ese momento nos encontrábamos yendo de bar en bar pero no pudimos resistir la tentación de apelotonarnos junto al resto de curiosos.
De pronto un joven dio un paso al frente, pagó los 4 euros y se montó en la bici. Agarró el manillar con fuerza pero al dar su primera pedalada se desestabilizó por completo, girando el manillar alocadamente de un lado a otro hasta estamparse contra los adoquines del suelo. Los siguientes intentos fueron similares; todos se caían nada más iniciar el movimiento, lo que provocaba una explosión de risas y aplausos. El goteo de tentativas continuó; unos lo hacían acelerando lentamente el vehículo, otros acelerando muy rápido y tratando de mantener estable el manillar, hubo quien puso la bici al revés e incluso quien la intentó pinar sobre la rueda trasera para avanzar sin la influencia de la delantera. Pero nada, nadie se movía más allá de un metro. De vez en cuando el tipo de la bici se montaba en ella y recorría los 4 metros sin tropiezos ni oscilaciones.
La gente no paraba de elaborar teorías sobre cómo dominar aquel cacharro; un grupo de españoles especuló con la posibilidad de que, al subirse él a la bici, éste activara algún tipo de mecanismo que bloqueara el efecto desestabilizador del manillar invertido. El caso es que todo el mundo se caía.
Miré el reloj: habíamos estado allí casi dos horas. Era tarde y había mucho que ver. Nos fuimos muertos de curiosidad por sentir la sensación de montar en esa bicicleta. Tal vez hubiera merecido la pena pagar 4 euros por aquello, aún cayéndose.

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