miércoles, 13 de enero de 2010

COLUMNA 70

COLUMNA
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El fin de semana pasado publicaron esta columna. Espero que os guste.

Huir
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Ya han pasado la Navidad. Por fin. Uno ya puede salir de su trinchera personal, asomar la cabeza sin miedo a ser disparado por malévolos francotiradores, y dejar de fingir que se está muerto… Como suele ser habitual muchos han sido los artículos, columnas o comentarios radiofónicos dedicados durante todos estos días a la Navidad, en un sentido u en otro.
Todos –o casi todos- estamos más o menos hartos de los atascos en ciudades y centros comerciales, de la lucecitas que adornan las avenidas, de los villancicos que suenan en todos los establecimientos, del hecho de tener que estar feliz por decreto ley, de la obligación de tener que regalar y la tristeza de no recibir ningún regalo de aquellos que –sin saber por qué- lo esperabas… Todas esas cosas que con los años nos van cansando cada vez más.
Pero el fenómeno que más curiosidad despierta en mí, y este año más que los anteriores, es el de los valientes que huyen de la Navidad; me refiero a huir físicamente.
Al comienzo de estas fiestas un compañero de trabajo nos preguntó a los demás: “¿Sabéis de algún sitio al que pueda ir para no enterarme de la Navidad?”. “Sí.”, respondió uno al instante, como si tuviera preparada ya la respuesta, “a mí el año pasado me fue bien en Cuba. Ni me enteré.”. Y otro de nuestros compañeros añadió: “Yo el año pasado fui a Túnez, pero por desgracia en el hotel en el que me alojaba celebraron la Nochebuena… así que no te lo aconsejo.” Y otro algo más drástico nos confesó que en unos días se refugiaría en Estambul.
No es mala idea, eso de irse en esas fechas. Claro que los que no recurrimos a ese tipo de exilios esporádicos hacemos lo que podemos y resistimos encerrados en nuestra propia casa.
Las Navidades están hechas de vacío y meteorología; es un postizo lumínico que le añadimos al calendario hace ya mucho tiempo. Y la Navidad, de nuevo, ha barnizado estos días la vaciedad de la Navidad. Todos hemos estado un poco perdidos en ella y lo que aflora en nosotros es la necesidad de huir. De modo que huimos de la Navidad como quien huye, temeroso, de su propia infancia, sin pretenderlo y muchas veces sin conseguirlo.
Entre los variados obsequios de esta pasada Navidad hemos aprendido alguna cosa. Por ejemplo, a huir -ni una débil verdad, ni un leve encuentro-; huir en nuestra propia búsqueda.
Lo dicho, ha acabado el combate. Ya podemos ponernos de pie y prepararnos para la próxima batalla.

Vicente Gutiérrez

1 comentario:

Elenita dijo...

Vicente, querido Profesor de Matemáticas (igual que uno de mis hijos).
En mi caso particular adoro la Navidad, desde hace 20 años visito el Hospital y la Clínica de mi ciudad y les dejo un mensaje de Esperanza y Paz. Puedo asegurarte que disfruto cada año un poco más porque siento que la gente necesita mucho amor y yo trato humildemente recordarles que es el Cumpleaños de Jesús, el Hijo de Dios que nació en un pesebre y se hizo hombre para darnos la esperanza de una vida mejor. Elena.