martes, 16 de septiembre de 2008

COLUMNA 23

COLUMNA
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Hoy publican esta columna. Trata sobre el LHC. Por cierto, más azar: el ajedrecista del artículo de al lado va a mi gimnasio...
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El LHC
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Estos días he estado al tanto de las reacciones surgidas a raíz de la puesta en funcionamiento del Gran Colisionador de Hadrones o LHC.
Lo primero que llama la atención es que se ubique en la frontera
franco-suiza, algo muy significativo teniendo en cuenta que lo peligroso siempre se ha confinado a las fronteras; central de Chernobyl, pruebas nucleares de Mururoa… Otro dato a tener en cuenta es su presupuesto: 3.900 millones de euros. A cambio, se espera producir la partícula conocida como el bosón de Higgs o partícula de Dios y eso nos ayudará a entender el origen del universo. Muy caro me parece a mí.
Por otro lado se afirma que el LHC puede provocar la destrucción del
universo. Los procesos catastróficos que se denuncian son demasiados pero podrían resumirse en uno: la creación de un agujero negro inestable, que debe de ser algo así como una especie de sumidero intergaláctico que nos absorberá, mandándonos al carajo. Claro que siempre nos quedará la idea romántica de ser transportados a universos paralelos.
Al parecer las partículas subatómicas, que a los ciudadanos de a pie no nos interesan mucho como tales, tienen en sí el interés de haber llegado a distorsionar brillantemente nuestro miedo, de modo que su colisión y fragmentación es ya una gran lección de metafísica incomprensible pero simpática. No acabamos de entender la física cuántica, como no acabábamos de entender la física relativista, que se llevó por delante a la newtoniana. Lo nuestro son las piedras y las frutas, no los bariones ni los bosones de Higgs.
Antiguamente los profetas del fin del mundo contaban con ángeles y trompetas, con plagas de langosta o con la Peste Negra. Pero no contaron con los hadrones, los strangelets o los microagujeros negros que son categorías minúsculas, intraducibles a un lenguaje coloquial. Hoy, los tremendistas disponen de esa terminología para anunciar el fin de los tiempos. Y va a ser que vendrá de lo diminuto, de lo invisible. Así que muchos se lo toman a cachondeo porque son incapaces de visualizarlo.
Uno entiende lo devastador de la bomba de Hiroshima y, a duras penas, lo nocivo de la radiación del plutonio. Pero es tan abstracto eso de los microagujeros negros que muchos afrontan una posible catástrofe con humor e ignorante resignación.
Mientras los tremendistas de hoy se educan en la mística subatómica, la calle hierve en comentarios sarcásticos al respecto.

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