miércoles, 9 de julio de 2008

COLUMNA

COLUMNA
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Este domingo me han publicado esta columna. No la puedo escanear porque no pude comprar el periódico.
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Paredes
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Hay el día en que un amigo te pide que le ayudes a derribar una pared. Y es como si te pidiera ayuda para golpear a todo el Universo; y es como si el favor te lo estuviera haciendo él a ti, por permitirte compartir ese momento tan puro.
En una sociedad como la nuestra pensamos muy poco en los tabiques porque el arte y la literatura nos han enseñado a pensar en puertas y ventanas, en cuadros y cortinas. Las paredes son pavor en estado puro. Las paredes, en potencia, siempre son paredones. Nos malearon enseñándonos a decorarlas y por eso vivimos sin rebasar sus estrechos límites. Además, en cualquier casa siempre sobra una pared: esta o aquella, da igual. Así que el día menos pensado uno descubre que le sobra, avisa a unos amigos y listo: ¡Pim, pam! Qué gran orgía de violencia, ruido, sudor y agresividad. Hay gente que paga por eso. Hay empresas que ofrecen habitaciones para eso: para que venga un ejecutivo estresado y destroce todo lo que pille. Leo que una célebre cadena hotelera va a seleccionar a clientes estresados para destrozar las habitaciones de un hotel madrileño que será reformado. Sin duda, es una necesidad del ser humano que muchos relacionan con confusas implicaciones filosófico-psicoanalíticas. Pero en realidad es más sencillo que todo eso; ni paredes interiores que derrumbar, ni metafísicas, ni hostias. Derribar una pared es el acto más empírico, egoísta y terrenal que existe, aunque siempre esconde –o evidencia- la exaltación de algo. A mí personalmente me recluye en un juego elemental, primitivo y animal.
Hay el día en que a uno lo invitan a derribar una pared y acepta porque no le apetece irse a pasear, ni a la playa, que está llena de paredes. Y es como si ese breve episodio de bestialismo nos salvara de algo (aunque nunca he creído en la destrucción como remedio de nada) Tras ese acto algo cambia, no sé el qué. Algunos ven similitudes entre los momentos posteriores al derrumbe de una pared y los que siguen al acto amoroso; en ambos casos sobreviene un ensimismamiento de rango superior en el que no interviene el pensamiento, ni el lenguaje. Ah, demoler un tabique a mazazos, con los Exploited rajando los baffles por las costuras, una tarde de junio soleada. Díos mío, es algo maravilloso. Sí, es algo maravilloso…
Claro que hay una segunda parte: cuando te piden que les ayudes a bajar los sacos del escombro sobrante. Pero eso, es otra historia.

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