martes, 19 de mayo de 2009

COLUMNA 47

COLUMNA
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Hoy publican esta columna en la que hago una revelación de gran importancia para el mundo de la filosofía y el arte.
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El pensador
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No me resisto más. O lo cuento o exploto. Ignoro si alguien ya ha descubierto lo que a continuación les voy a revelar; tal vez sí y lo que suceda es que nadie se atreva a hacerlo público, ya que eso puede hacer tambalear los cimientos filosóficos de nuestra modernidad. Quizá no deba contar esta confidencia pero no quiero que recaiga sobre mí todo el peso metafísico (y físico) de semejante hallazgo, las consecuencias filosófico-exegéticas que acarrea.
Hace décadas Dalí hizo un asombroso descubrimiento en el cuadro “El Ángelus” de Millet. Cuando lo vio por primera vez sintió una extraña sensación de pesadumbre; el cuadro muestra a una pareja de campesinos en apariencia rezando el Ángelus a ambos lados de una cesta. Él intuyó que esos personajes no oraban sino que el misterio que les envolvía no era otro que el de la muerte. El caso es que posteriormente, analizado el lienzo con rayos X, se pudo distinguir un ataúd infantil debajo del cesto; los campesinos no rezaban el Ángelus para agradecer por sus cosechas sino que lo estarían haciendo por su hijo pequeño muerto. Asombroso, sí, pero mi descubrimiento creo que lo supera.
Hace varias semanas que en el museo CaixaForum de Madrid se pudo disfrutar al aire libre de la muestra Arte en la calle. Auguste Rodin en Madrid, que reunía siete esculturas del escultor francés, entre ellas “El pensador”. Desde siempre he sentido fascinación por esa pieza, que provoca en mí una especie de succión de los pensamientos, una demora inexplicable. En esta exposición “El pensador” estaba elevado unos dos metros. Así que observándole desde una perspectiva diferente a la habitual todo cobró sentido de repente: el personaje está cagando.
¿Cómo no me di cuenta antes? Tras tantos años elaborando complejas teorías e interpretaciones al respecto comprendí en un instante lo que nos quiso decir Rodin: el sentido de la vida se reduce al esfuerzo de una ininterrumpida defecación. Ni náusea sartreana, ni duda existencial, ni cosas de esas. Tan sólo una pujanza que aprieta por encima del bien y del mal, como definitivo gesto del escepticismo humano.
Todas las cuestiones filosóficas de la Historia se resolverán de un modo similar. La Humanidad, con todas sus tragedias e injusticias, está más imitada por un hombre que caga que por un hombre que piensa. Se retrata con más solidez, más autenticidad –y más plasticidad también- la condición humana.

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