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Hoy me publican en "El Mundo Hoy en Cantabria" esta columna que trata sobre la Astronomía.
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Astronomía
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En 2007 la ONU proclamó al 2009 -por ser el 400 aniversario del primer uso de un telescopio astronómico por Galileo- como el Año Internacional de la Astronomía. Así que nos esperan meses llenos de charlas, actividades y sobre todo: salidas observacionales organizadas.
Cada vez con mayor frecuencia acudo con mi telescopio a lugares elevados para pasearme por este Universo tan delgado y como en expansión -según nos dicen- pero que yo siento abalanzarse sobre mí hasta envolverme. Aunque no entienda las fórmulas que tratan de explicarlo la astronomía me devuelve al menos aquel arrebato iniciático de las palabras con que aprendimos a leer en el colegio. Observo los astros uno a uno, como si fueran letras de un extraño alfabeto; todos son portadores de una inexplicable dignidad, de no se sabe qué forma de vida hipotética y delicada. Y ese es mi exilio voluntario y celeste al que me entrego para escrutar el huracán lento y dócil de las galaxias, para leer en ellas lo ilegible.
Lo que pasa es que en vez de acudir a la astronomía de la mano de Giordano Bruno acudimos de la mano de Iker Jiménez, que es un petimetre de los mass media. Los astrólogos y adivinos de la tele están cargándose la poca curiosidad sideral que nos quedaba. Espero que no aprovechen el 2009 para vendernos toda su astrología barata y embustera; los horóscopos engañan porque uno es todas las estrellas a la vez. De modo que intento desaprender la astronomía que me enseñaron al igual que desaprendí el modelo atómico erróneo que me embutieron en el colegio. Añoro, sí, una inocencia astronómica, una ingenuidad cósmica.
Por eso me dan pena los astros, tan maltratados por científicos y cartománticos: algunos nombres como HIP87937 los deshumanizan; otros como Halley los historifican y otros como Saturno los divinizan (que es otra forma más de marginar) Yo los rebautizo cada noche; los hablo y los otorgo un significado personal. Cada cual debería construir sus propias constelaciones y poetizar el cielo que ve. En mis ojos emergen en cada observación astrologías y mitologías nuevas, sobre ellos se derraman la sangre caliente de las supernovas, la saliva resbaladiza de los cometas y las lentísimas fornicaciones de los agujeros negros.
Sí, mis ojos le hacen carne al Universo. Y cada estrella me entrega su lento brillo disciplinado. ¿En donde lo aprendieron? ¿Adónde van? ¿Se sienten tan llenas de vida como yo?
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En 2007 la ONU proclamó al 2009 -por ser el 400 aniversario del primer uso de un telescopio astronómico por Galileo- como el Año Internacional de la Astronomía. Así que nos esperan meses llenos de charlas, actividades y sobre todo: salidas observacionales organizadas.
Cada vez con mayor frecuencia acudo con mi telescopio a lugares elevados para pasearme por este Universo tan delgado y como en expansión -según nos dicen- pero que yo siento abalanzarse sobre mí hasta envolverme. Aunque no entienda las fórmulas que tratan de explicarlo la astronomía me devuelve al menos aquel arrebato iniciático de las palabras con que aprendimos a leer en el colegio. Observo los astros uno a uno, como si fueran letras de un extraño alfabeto; todos son portadores de una inexplicable dignidad, de no se sabe qué forma de vida hipotética y delicada. Y ese es mi exilio voluntario y celeste al que me entrego para escrutar el huracán lento y dócil de las galaxias, para leer en ellas lo ilegible.
Lo que pasa es que en vez de acudir a la astronomía de la mano de Giordano Bruno acudimos de la mano de Iker Jiménez, que es un petimetre de los mass media. Los astrólogos y adivinos de la tele están cargándose la poca curiosidad sideral que nos quedaba. Espero que no aprovechen el 2009 para vendernos toda su astrología barata y embustera; los horóscopos engañan porque uno es todas las estrellas a la vez. De modo que intento desaprender la astronomía que me enseñaron al igual que desaprendí el modelo atómico erróneo que me embutieron en el colegio. Añoro, sí, una inocencia astronómica, una ingenuidad cósmica.
Por eso me dan pena los astros, tan maltratados por científicos y cartománticos: algunos nombres como HIP87937 los deshumanizan; otros como Halley los historifican y otros como Saturno los divinizan (que es otra forma más de marginar) Yo los rebautizo cada noche; los hablo y los otorgo un significado personal. Cada cual debería construir sus propias constelaciones y poetizar el cielo que ve. En mis ojos emergen en cada observación astrologías y mitologías nuevas, sobre ellos se derraman la sangre caliente de las supernovas, la saliva resbaladiza de los cometas y las lentísimas fornicaciones de los agujeros negros.
Sí, mis ojos le hacen carne al Universo. Y cada estrella me entrega su lento brillo disciplinado. ¿En donde lo aprendieron? ¿Adónde van? ¿Se sienten tan llenas de vida como yo?
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