lunes, 22 de diciembre de 2008

COLUMNA 33

COLUMNA
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He aquí la columna aparecida la semana pasada en "El Mundo Hoy en Cantabria". Va sobre esos entrañables ordenadores que tanto nos entretuvieron en nuestra infancia.
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Yo tuve un MSX...
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Era la época de los últimos Atari y los primeros MSX, eran los embrionarios juegos de cinta y de cartucho; aquella prehistoria simpática de los primeras computadoras personales, robustas y compactas. Eran aquellos juegos iniciáticos, la edad de oro del software español; el éxito de empresas como Topo Soft, ERBE o Dinamic. Era la época de los primeros joysticks, toscos y crujientes. Eran los 512 colores y los 8 bits. ¿Para qué seguir?
¿Cómo recuperar aquel ímpetu, aquella novedosa necesidad de jugar asomándose en la punta de los dedos? Imposible. Ni la XBOX ni la Play 3 hoy lo logran. La adicción que me causaban aquellos juegos supera a la de las actuales y sofisticadas videoconsolas. Será cosa de las edades, supongo.
Eran aquellas cintas que había que rebobinar y cargar durante minutos, los primeros juegos, su musiquilla humilde y elemental. También era la época de la EGB. No había Internet del que descargar nada, ni pendrives en los que archivarlos. Era en el patio del colegio o en los pasillos donde se llevaba a cabo el intercambio doméstico de cintas y cartuchos, y el de las copias que pirateábamos con una curiosidad ingenuamente clandestina. Era la picardía que nos llevaba a comprar un juego, grabárnoslo y devolverlo, diciendo que no cargaba, y de esa forma cambiarlo por otro diferente. Era la división en dos bandos: los de MSX y los de Spectrum, la primera identificación grupal, cuando un compañero desconocido se te acercaba y decía “Tienes un MSX, ¿quieres que intercambiemos juegos?” y tú decías que sí.
También era cuando aún existían salones recreativos, cuando los críos bajábamos a la calle para jugar y arañarnos las rodillas en las aceras. La infancia oscilaba entre los balones y los teclados, entre pantallas y gomas de saltar. Luego crecimos. La ciencia avanzaba de nuestra mano. Pronto llegaron los 486 con sus discos de 3´5. Después los superprocesadores, las sofisticadas consolas portátiles e internet, con sus miles de emuladores descargables, y hemos vivido junto a ellos, saturados y solos.
Conozco a varias personas a las que el MSX se les ha quedado guardado en el pecho y en seguida se lo notamos en la cara, se lo vemos en los ojos. Sin duda, los juegos del primer ordenador, por básicos que fueran, definieron algo en nosotros.
Ayer mismo, un vecino que tiene mi misma edad me confesó, con voz melancólica y mirada perdida: “Sí. Yo tuve un MSX...”

Vicente Gutiérrez

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