miércoles, 28 de mayo de 2008

COLUMNA

DOS GATOS
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Ayer me publicaron en "El Mundo. Hoy en Cantabria" esta columna-sueño. Se da la casualidad de que al lado aparece un artículo titulado "Sueño infantil hecho realidad"
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Dos gatos
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Estoy en un cuarto que no tiene puertas ni ventanas. El suelo está encharcado. Toco una de las paredes; está húmeda. Al instante se materializa en ella una portezuela que se abre. Entran dos gatos negros. Uno se esconde de un salto bajo una cama que ha aparecido de pronto a mis espaldas; el otro se lanza veloz hacia mi cara. Instintivamente lo golpeo con los brazos y sale disparado, cayendo al suelo. Allí se convulsiona y empieza a inflarse. A medida que aumenta de tamaño se va transformando en una vaca. Me aproximo y la zarandeo suavemente con la punta del pie. Sé que está muerta. Se parte por la mitad. Sus vísceras se esparcen lentamente. Entre éstas distingo un cuerpo desnudo de mujer. Está dormida. El otro gato asoma la cabeza desde debajo de la cama; sus ojos brillan intensamente. La mujer se despierta y me señala hacia el techo en donde se ha materializado una gran bóveda sobre la que se proyectan diminutos puntos de luz; es un gran planetario. Me pide que construya con esos puntos mis propias constelaciones. Comienzo a unir unos con otros, buscando formas humanas y animales. Mientras lo hago caigo en la cuenta de que una de las paredes ha desaparecido y ante mí veo un teatro abarrotado de gente que no me quita ojo. Incluso veo personas de pie. Yo estoy en el escenario y sigo uniendo estrellas pero temo hacer el ridículo y no complacer a todos los que han venido a verme. De repente encuentro una disposición de estrellas que tiene forma de cangrejo pero la mujer, que acaba de descender a los pasillos, me indica que esa nueva constelación no vale. Sigo buscando uniones sugerentes. Al rato descubro que sostengo en mi mano un aparato curioso: es similar a un transportador de ángulos pero más grande. Lo agarro fuertemente, rodeándolo con la mano por la base. Al elevarlo por encima de mí noto que zumba y si hago un esfuerzo que no sé muy bien en qué consiste, consigo volar. De modo que asciendo. Salgo de allí. Sobrevuelo zonas extrañas: ruinas de castillos entre las que distingo camas e individuos paseando. No tardo en darme cuenta de que se trata de un zoológico. Me siento afortunado de no estar allí abajo, junto a los animales. Entonces me topo con otra mujer que flota como yo; sujeta una cama -repleta de objetos- por el cabecero a modo de carrito de la compra. Quiero colocar algo en esa cama pero me dice que si hago eso se caería.
Y una docena de caballos.

Vicente Gutiérrez

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