martes, 2 de febrero de 2010

COLUMNA 72

COLUMNA

He aquí la columna de ayer, sobre el turismo occidental.

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Turismo
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Egipto, 2009. Entrábamos en fila, agachados y a toda velocidad. A nuestra izquierda otra fila de turistas sudorosos y fatigados avanzaba más lentamente en la misma dirección pero sentido opuesto. Descendimos por un túnel hasta llegar a uno un poco más ancho y recto tras el cual se iniciaba un nuevo túnel en sentido ascendente. La gente se reía, otros gritaban exaltados, y había quien presa de la claustrofobia, daba marcha atrás y se unían a los que salían. No tardamos en llegar a la gran sala mortuoria en la que no había vigilantes y en la que todo el mundo se hacía fotografías, aún estando prohibido. A nuestra derecha se encontraba el sarcófago de Kefren, rebosante de turistas que se introducían en él para tomar más fotos, imitando las posturas de los faraones momificados.
Me hubiera resultado cómico de no ser porque advertí cierta profanación en todo eso. ¿Qué pensarían los sacerdotes de entonces? Somos muchos a los que nos gustaría viajar de forma libre y solitaria, a pesar de los posibles robos y diarreas. Creo que el viajar sería mucho más virgen y auténtico sin pasaporte ni cámaras fotográficas, sin autobuses ni aviones. Incluso sin dinero. También sería más trascendente si lo que vemos y tocamos en los viajes se lo llevase el tiempo.
Pero por mucho que uno callejee por zonas no controladas por las agencias turísticas o que uno pretenda adentrarse en los rincones inexplorados de un país nada evitará que en el fondo sea un turista occidental más, obligado a pasar por ciertos aros burocráticos; rutas guiadas, hoteles de lujo o restaurantes con agua embotellada...
Lo lamentable es que ni siquiera tratamos de sentirnos aventureros en nuestro propio barrio. Olvidamos que uno podría visitar un barrio cercano a su casa con la misma curiosidad y el mismo entusiasmo con el que visita un barrio cairota.
Llevo varios años viajando como un turista más. Es lo que siempre he sido en cualquier lado: un simple turista. Y siempre me ha interesado ese fenómeno, el del turismo y todo lo que conlleva. En todo eso hay una sociología peculiar y cercana.
Pero tampoco trato de obtener de mis viajes consecuencias sociológicas sino vitales. Ah, si pudiera uno viajar sin rutas prefijadas, sin miedos y sin la necesidad impuesta de la cámara de fotos, con la satisfacción de que no quede nada registrado. Quizá así la memoria -lo único que somos- lo absorba todo con más voracidad.


Vicente Gutiérrez

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