miércoles, 15 de abril de 2009

COLUMNA 44

COLUMNA
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Ayer me publicaron en "El Mundo Cantabria" esto. Se trata de una columna en la que defiendo irónicamente a los envidiosos.
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La envidia
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Uno va comprobando con la edad, y con sorpresa, que todo sigue llenándose de envidiosos, hasta límites de infestación. Me da la sensación de que nos rodea más envidia que vida. La envidia puede ser buena o mala, es verdad; del envidioso sano al envidioso -llamémosle- perjudicial hay un abismo de tirria y malestar emocional. Pero la envidia está ahí, bajo miles de formas y admitida con total permisividad.
Sorprende que en nuestra sociedad, en la que de todo se hace un síndrome; el síndrome postvacacional, el síndrome de hiperactividad, el síndrome de las piernas inquietas… la envidia pase desapercibida como un mero rasgo de la personalidad. En los centros educativos, por ejemplo, se suele informar a los padres de cosas como: «su hijo padece el Síndrome de Asperger» o «Su hija es hiperactiva» pero nunca he escuchado a un orientador decir: «Lo lamento, su hijo padece el síndrome del jodido envidioso» ¿Por qué no inventar el Síndrome de la Envidia Perjudicial o SEP? Creo que de ese modo la envidia podría medicarse, tratarse e incluso ser controlada.
Pero la vida nos enseña que, por muchos motivos, debemos proteger a los envidiosos. Por un lado en una sociedad tan competitiva como la nuestra desempeñan una importante labor; impiden que las jerarquizadas estructuras de poder y explotación se vengan abajo. Por otro lado siempre gusta tratar con envidiosos porque uno, el envidiado, se siente importante a su lado.
Hace tiempo pensaba que a los envidiosos los adiestraban misteriosos hombres de corbata vestidos con trajes negros y gafas de sol en oscuras y recónditas cavernas. Pero no los inventan los poderosos. No forman parte de ninguna turbia confabulación intergaláctica. Están ahí, en apariencia desde siempre.
Si miro hacia atrás veo que en todas las épocas de mi vida siempre ha habido un envidioso a mi lado. Y aún hoy, ya digo, veo aparecer en mi vida, como hongos, puñados de envidiosos que refinan sus técnicas de ataque y camuflaje. Y tengo que decir que siempre me he sentido abrigado en sus manos, reconfortado en su admiración, purificado en su inquina.
El envidioso me sirve para envidiar lo que no tengo de envidioso. Porque sería tan fácil envidiar a un envidioso… No sé ya si el envidioso es una metáfora de la humanidad o la humanidad una metáfora de la envidia.
Defendamos pues a los envidiosos; de ellos depende la supervivencia de nuestra maravillosa sociedad.

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