He aquí la quinta emisión de Radio CEPA, en donde aparece -entre otras cosas- una entrevista y varios temas del rapero senegalés Lil Sega, alumno de ESPA.
Nada _ Yo soy el que se encierra cada mañana en su cocina para desayunar, y preparando el desayuno también va preparando mentalmente una columna, algún poema o algún post. Escribir una columna o preparar el desayuno dan lo mismo. Y soy el que machaca ideas, el que tritura ideas que luchan por convertirse después en columna, en versos o en el capítulo inacabado de alguna inacabada novela. Pero hoy, al ir a hacer el zumo, se ha estropeado la batidora y tal vez esto -cosas de la psicomagia- haya provocado que también se me estropeara la batidora literaria. Es la primera vez que me pasa. Tal vez uno ha ido machacando muchas ideas ya, tal vez sea un mal día. El caso es que es el primer gatillazo literario de mi vida, cosa que me sorprende pues siempre escribo con relativa facilidad. Otra cosa es corregir, pulir, adecentar… pero basta con hojear la prensa, observar las cosas y los animales o hablar con alguien de algo para darse cuenta de que en todo hay un poema, una columna periodística o una novela, negra, casi siempre. Soy el que captura todo, el que describe por gusto lo que vive o lo que sufre, pero hoy no me apetece escribir acerca de nada. Esto es lo que nos pasa a los que hemos hecho de nuestra cotidianidad una cruzada, un proyecto de papel. Tampoco me fuerzo, ni siquiera en detallarles este hecho, pero he aquí que de repente el vacío de Cioran, la náusea sartriana, la nada metafísica y la inhospitalidad del mundo heideggeriana se han abalanzado sobre mí con especial ferocidad. La nada de uno es vanidosa y presumida y también exige salir en la foto. De todos modos mejor hablar de la nada que nos rodea que de terremotos, crisis económicas, guerras, epidemias o secuestros. Esta está siendo una mañana deliciosa. Hoy, a mis lectores, les ofrezco mi nada y es que la nada empieza a verse ya con más nitidez que la vida y sus enseres. Soy ahora el cronista del vacío. Mi escritura es también un trajín de naderías. Escribir es capturar el mundo a través de sus resplandores imperceptibles. Nunca he sido un escritor forzoso; todo fluye aquí dentro, todo atraviesa mis ojos y cae hecho palabras. Pero esta misma mañana no me apetece hablar de nada ni de nadie, ni siquiera de mí, aunque de alguna forma lo haya hecho. Como digo, suele pasar. En fin, días en los que no funciona la batidora literaria; días sin ganas de escribir acerca de algo, ni de morder siquiera una manzana.
He aquí la columna de ayer, sobre el turismo occidental.
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Turismo _ Egipto, 2009. Entrábamos en fila, agachados y a toda velocidad. A nuestra izquierda otra fila de turistas sudorosos y fatigados avanzaba más lentamente en la misma dirección pero sentido opuesto. Descendimos por un túnel hasta llegar a uno un poco más ancho y recto tras el cual se iniciaba un nuevo túnel en sentido ascendente. La gente se reía, otros gritaban exaltados, y había quien presa de la claustrofobia, daba marcha atrás y se unían a los que salían. No tardamos en llegar a la gran sala mortuoria en la que no había vigilantes y en la que todo el mundo se hacía fotografías, aún estando prohibido. A nuestra derecha se encontraba el sarcófago de Kefren, rebosante de turistas que se introducían en él para tomar más fotos, imitando las posturas de los faraones momificados. Me hubiera resultado cómico de no ser porque advertí cierta profanación en todo eso. ¿Qué pensarían los sacerdotes de entonces? Somos muchos a los que nos gustaría viajar de forma libre y solitaria, a pesar de los posibles robos y diarreas. Creo que el viajar sería mucho más virgen y auténtico sin pasaporte ni cámaras fotográficas, sin autobuses ni aviones. Incluso sin dinero. También sería más trascendente si lo que vemos y tocamos en los viajes se lo llevase el tiempo. Pero por mucho que uno callejee por zonas no controladas por las agencias turísticas o que uno pretenda adentrarse en los rincones inexplorados de un país nada evitará que en el fondo sea un turista occidental más, obligado a pasar por ciertos aros burocráticos; rutas guiadas, hoteles de lujo o restaurantes con agua embotellada... Lo lamentable es que ni siquiera tratamos de sentirnos aventureros en nuestro propio barrio. Olvidamos que uno podría visitar un barrio cercano a su casa con la misma curiosidad y el mismo entusiasmo con el que visita un barrio cairota. Llevo varios años viajando como un turista más. Es lo que siempre he sido en cualquier lado: un simple turista. Y siempre me ha interesado ese fenómeno, el del turismo y todo lo que conlleva. En todo eso hay una sociología peculiar y cercana. Pero tampoco trato de obtener de mis viajes consecuencias sociológicas sino vitales. Ah, si pudiera uno viajar sin rutas prefijadas, sin miedos y sin la necesidad impuesta de la cámara de fotos, con la satisfacción de que no quede nada registrado. Quizá así la memoria -lo único que somos- lo absorba todo con más voracidad.