MEDITACIÓN EN LAGUNITAS
Todas las ideas nuevas tratan de la pérdida.
En eso se asemejan a las antiguas ideas.
La idea, por ejemplo, de que cada particular borra
la luminosa claridad de una idea general. De que el pájaro
carpintero con cara de payaso que sondeando el fallecido tronco esculpido
de un abedul negro es, por su presencia,
una especie de trágica caída desde un primer mundo
de luz indivisa. O la otra idea de que,
ya que no hay en este mundo nada
a lo cual corresponda el zarzal de la zarzamora,
una palabra es una elegía a lo que significa.
Hemos estado hablando de eso hasta tarde la pasada noche, y en la voz
de mi amigo había un delgado hilo de pena, un tono
casi quejumbroso. Al rato entendí que,
hablando de este modo, todo se disuelve: la justicia,
el pino, el cabello, la mujer, tú y yo. Hubo una mujer
a la que hice el amor, y recordé cómo, sosteniendo
algunas veces sus pequeños hombros entre mis manos,
sentía un violento asombro ante su presencia,
como una sed de sal por el río de mi infancia
con sus islas de sauces, música estúpida del bote de recreo,
barriales donde atrapábamos al pececito naranja-plata
llamado semilla de calabaza. No tenía nada que ver con ella.
Añoranza, decimos, porque el deseo está lleno
de interminables distancias. Yo debí haber sido lo mismo para ella.
Pero me acuerdo de mucho, de cómo sus manos desmatelaban el pan,
lo que su padre le dijo que la lastimó, lo que
ella soñaba. Hay momentos cuando el cuerpo es tan numinoso
como las palabras, los días que son la piel bondadosa que prosigue.
Tanta ternura, esas tardes y noches,
diciendo, zarzamora, zarzamora, zarzamora.
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Robert Hass
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Traducción Vicente Gutiérrez
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